19 Jun DEPRESIÓN – EL INFIERNO EN TU INTERIOR
Hace unos años una mujer acudió a nosotras dando un paso como nos manifestó, desesperado.
Comenzó a despertarse por las noches casi de forma habitual. Creía que tenía que ver con estrés en su vida por varios factores que habían confluido a la vez. Tuvo que someterse a una operación complicada que por fortuna, salió bien. Estando recuperándose ya en casa, sufrió la pérdida inesperada de un ser querido.
Pasados varios meses de aquello fue cuando comenzaron los episodios de insomnio. Al principio se tomaba infusiones para dormir que no le hacían efecto. Como el insomnio no desaparecía, acudió a su médico. Éste le recetó pastillas para dormir. Al principio la cosa no iba mal, pero al poco tiempo necesitaba aumentar la dosis. Comenzaron a aparecer episodios de agobio y nerviosismo en centros comerciales. Llegó hasta tal punto que estando comprando, tenía que abandonar repentinamente el establecimiento y sentarse en el primer sitio que encontraba en la calle, hasta que se le pasase ese estado de angustia. Le impedía respirar bien, era como si algo atenazase su pecho. Empezó a sentir inseguridad y miedo estando entre gente.
Una persona habitualmente sociable y alegre se volvió insegura y callada. No sabía qué estaba pasando. Ya no se atrevía a salir de fiesta, no quedaba con nadie. A sus amigos le ponía excusas, sólo por no tener que entrar en cafeterías, bares, etc. No se atrevía a contarles lo que le estaba pasando.
Para ir de compras siempre tenía que ir algún familiar con ella y no entraba en sitios grandes y repletos de gente. Caminando por la calle se solía aferrar al brazo de su familiar cuando pasaban por calles muy concurridas. Pero quería luchar. Le pidió a su médico que la enviase a un especialista. No le hizo caso y más pastillas.
Un día de camino a su trabajo, se quedó parada en mitad de la calle sin poder dar un sólo paso más. Una persona que la conocía se percató que algo iba muy mal. Se le acercó y le ayudó a volver a su casa.
Volvió a su médico, le contó lo que le había pasado y le insistió en que la enviase a un especialista. Le dio la baja laboral y la envió a un psiquiatra. Éste le diagnosticó depresión y durante el tratamiento psiquiátrico la medicación que tomaba iba en aumento. A su depresión se sumaba el miedo a perder su trabajo por estar tanto de baja.
Al volverse nada sociable y poner excusas para no quedar con nadie, temía perder a sus amigos, pero no se atrevía a contarles lo que le pasaba. Tenía miedo que pensasen que eran manías o que estaba histérica. No quería que la viesen como una persona débil. Su familia sufría con ella, se veían impotentes al no lograr traspasar esa coraza de aislamiento interior que ella sufría. A ese estado de aislamiento interior se sumó la sensación de estar sola en el mundo, de no ser capaz de dominar absolutamente nada. Tanto ella como su familia estaban sufriendo en solitario un infierno emocional que hacia fuera intentaban disimular y callar.
El tratamiento psiquiátrico conseguía que ella estuviese más tranquila, pero como atontada. Ella decía que no se sentía ella. Como si su cuerpo estuviese allí, pero ella no. Se sentía vacía por dentro.
La gota que colmó el vaso fue cuando un día dijo en alto delante de su familia “yo qué hago aquí, no valgo para nada, estaría mejor quitándome de delante”. Aquí su familia ya no pudo soportar más y empezó a buscar cualquier cosa que diese esperanza, por muy absurdo que pareciese.
La “casualidad” quiso que el hijo pequeño en una parada de autobús, oyese hablar a dos señoras sobre una experiencia que tuvo una de ellas con Reiki. El chico se les acercó y les preguntó directamente por ello. La señora en cuestión sorprendida, le dio nuestro teléfono. El chico llamó inmediatamente a su padre y éste que ya estaba dispuesto a probar con lo que fuese, se puso en contacto con nosotras.
La mujer accedió a que le diéramos sesiones, porque en realidad tenía ganas de vivir. Al cabo de pocas semanas le dijo su psiquiatra que iba a modificar la medicación, bajándola paulatinamente porque la veía mejor.
Muy poco tiempo después el profesional la sorprendió anunciando que quería probar un tiempo sin medicación y le preguntó directamente si estaba siguiendo otro tipo de terapia. Su recuperación le estaba sorprendiendo. Ella le comentó que estaba acudiendo a sesiones de Reiki. Él ya había oído hablar de ello. Como al cabo de poco tiempo su estado seguía estable, su psiquiatra le dio el alta.
Una vez que empezó a reanudar su vida le contó a sus amigos lo que le había estado pasando, estos la apoyaron y hoy están muy unidos. Pero sobre todo el apoyo incondicional de su familia sirvió para forjar unos lazos tan fuertes que hoy en día todos ellos forman una auténtica piña. Después de muchos años sigue siendo una mujer feliz y consciente de su gran fuerza interior.